Cuando
el gran cineasta Aki Kaurismaki apareció en Santiago de Compostela
para el visionado de su obra maestra “Nubes pasajeras” en el
estreno de la sala NUMAX, el estupor inundó la sala... ¿Como era
posible que un director que no se había presentado en las ceremonias
donde sus películas fueron premiadas (Ariel, en Moscú, Un hombre
sin pasado, en Cannes, a la ceremonia de los Óscar) pero sí se presente de súbito en una pequeña sala
donde no caben ni 200 espectadores?
Y es que Kaurismaki, es un
director más que peculiar...
Siempre
ha sido un bebedor y fumador empedernidos. En alguna de sus pocas
entrevistas a los medios aparece algo tocado, con el rostro rubicundo
y los ojos claros inyectados en sangre, pero él nunca se ha
escondido. En Cannes, en el estreno de “L'Havre” se le veía tras
los pases de los films rodeado de jarras y botellas de cervezas,
aunque como él llegó a decir:
“No
hay ninguna razón para vivir, salvo el vino blanco”.
Su
carrera cinematográfica comenzó colaborando con su hermano Mika,
también director, pero comenzó a dirigir, adaptando “Crimen y
Castigo” en 1983, de la cual no guarda buen recuerdo, pues dice que
era aun joven y demasiado ambicioso. La película traspone el clásico
de Dostoievski a su Helsinki moderno. Es allí donde trascurren sus
primeras películas, Calamari Union, y sobre todo en mi opinión sus
tres mejores películas, que además constituyen una trilogía
descarnada pero fascinante: Sombras en el paraíso, Ariel y La chica
de la fábrica de cerillas, rodadas respectivamente en 1985, 1986 y
1988.
Sus
protagonistas, gente mundana, trabajadores humildes, intentan
infructuosamente escapar de un medio hostil, para encontrar sus
sueños en historias que dejan un regusto amargo. “La chica de la
fábrica de cerillas” es un alegato poderosísimo contra la
alienación que se puede sufrir en esta sociedad. Un trabajo
rutinario, una vida mecanizada, y ni siquiera el ocio puede aportar
un atisbo de esperanza. Una de sus mejores películas. Un film de
obligado visionado. Es curioso que esta película fue premiada tanto
por la iglesia católica como por la protestante (algo que también
sucedió al gran Pasolini). Veamos lo que dijo al respecto, el
director (no me extrañaría que tuviera un cubata en cada mano):
“No
me sorprendió. Saben que, en el fondo, soy religioso. Creo en el
perdón y en San Pedro. Dios murió hace mucho tiempo y Jesucristo
era un drogata. El único que queda en el cielo es San Pedro y además
tiene las llaves. Es lo único que cuenta...”
Siempre
ha gustado Kaurismaki de trabajar con un equipo de actores fijo, y
sobre todo en esa época, el elenco se mantiene, y se centra en la
figura de Kati Outinen, la quinta esencia de la austeridad,
frugalidad y economía de miedios que siempre ha reivindicado el gran
director finlandés.
El
colorido de sus películas es fascinante. Unos colores intensos,
pueblan cada una de las imágenes de su cine, tenga este un tinte más
o menos esperanzador o más o menos trágico. Azules, rosas, rojos,
verdes de gran intensidad parecen evocar un mundo imaginario, o
fantástico, y sin embargo sus historias de grandes perdedores, son
habituales y conocidas. Pues ya sabemos quienes son los que pierden
siempre, los desamparados y los desfavorecidos, que se quedan en el
borde de este circulo que conocemos con esa orwelliana y manida frase
de “la sociedad del bienestar”...
Sobra
decir, que Aki Kaurismaki siempre ha clamado contra el capitalismo,
pero no contra la teoría económica, sino contra esa fuerza
concentra el poder en una parte de la sociedad a fuerza de destruir
al resto. En su cine aparecen banqueros, opresores directores, jefes
malencarados, retratados como si fueran estúpidos, pero que disponen
del arma fundamental para destrozar la vida de la gente común, el
poder. El poder de dar un trabajo, una vivienda, una vida digna.
Después
de la gran trilogía, llegan otras películas como la serie de
“Leningrad Cowboys go America”, o “Leningrad Cowboys meet
moses” en las que un grupo musical un tanto cómico, pueblan con su
música, sus tupés y los estrafalarias vestimentas la escena
cinematográfica.
Ya en
los noventa, llegan otras películas con el mismo corte sobrio,
diálogos austeros y esa compleja sencillez de la que hacen gala sus
obras:
“Contraté
a un asesino a sueldo” en la que un hombre emplea a un asesino para
que acabe con su vida. Pero desgraciadamente conoce a una mujer, y
cambia de idea. Deberá buscar a su asesino antes de que este
complete su trabajo.
“Toma
tu pañuelo, Tatiana” cuenta como dos amigos, viajan en una
camioneta hacia el sur para conocer chicas con las cuales entablar
alguna cálida relación.
Ambas
son películas con un cierto tinte de comedia y pueden considerarse
películas menores dentro de su cinematografía.
Este
ciclo se cierra con la maravillosa “Nubes pasajeras”, una obra
profunda y dramática, que se centra en el tema del paro. Una pareja,
ella camarera en un restaurante y él, conductor de tranvías, se
quedan sin trabajo. Se apañarán, para con el resto de compañeros
también parados del restaurante recién cerrado, montar otro
restaurante (el nombre del nuevo restaurante lo dice todo “Trabajo”),
más moderno y más cercano al cliente. Es una obra fuertemente
ideológica, pues la unión de todos ellos consigue llevar adelante
el proyecto, no sin sufrimiento ni duras penas.
Kaurismaki
siempre ha hecho gala de sus ideas comunistas. Según él, comunista
a su manera. Pero en esta película va más allá del cine social, y
se acerca a un estilismo más próximo a Ozu y Bresson. De hecho, y
según mi opinión, incluso el título busca una referencia a las
películas de Mikio Naruse, que tiene una obra con el mismo título.
Tras
“Nubes pasajeras”, Kaurismaki hizo un intento por dejar el cine.
Según él, si volvió, era porque no quería dejar en el paro a su
grupo de actores, y equipo de realización.
En
1999, realizó una extraña película muda: “Juha”, adaptación
de una novela y también ópera que ya se había llevado al cine
anteriormente en más de una ocasión. Un marido rescata a su mujer,
aun a costa de su propia vida, que había sido seducida e introducida
en un prostíbulo. Llena de referencias a películas inciáticas del
cine, como “La tierra”, “Avaricia”, “Amanecer”.
En
2002, llega tal vez su mayor éxito de taquilla: Un hombre sin
pasado. Premiada en Cannes, nominada a los Óscars, cuenta como un
hombre, recién llegado a Helsinki, es robado y apaleado, por lo
cual, pierde la memoria y no recuerda nada de su identidad.
Se
aloja en un container abandonado y entabla amistad con un grupo
variopinto de personas que ayudándose entre sí, consiguen sacar
adelante su existencia, siempre en los bordes de la sociedad y sin
conseguir introducirse en el círculo que delimita en torno a sí, la
sociedad capitalista. La película está aderezada con pinceladas de
humor y absurdo, típicas de Kaurismaki.
Posteriormente
dirigió Luces al atardecer, en la cual un grupo mafioso, intenta
aprovecharse de un guarda de seguridad nocturno, al que se acusa de
un robo. Termina perdiendo su trabajo y sus esperanzas.
De
nuevo el éxito de público llegó con El Havre, una película muy
del estilo de Robert Guediguián. Una ciudad portuaria como
escenario, un viejo limpiabotas completamente al margen de la
sociedad como protagonista, y la búsqueda de salvación de un joven
africano que intenta cruzar el canal de la Mancha para alcanzar su
sueño. El policía además es Jean Pierre Darrousin, uno de los
clásicos del citado director francés. Por primera vez en su
carrera, Kaurismaki ofrece cierto grado de optimismo en la
realización de este filme. Al final, una extraña amistad entre el
comisario de policía y el limpiabotas, parecen remitir al final de
la película Casablanca, con la amista de Rick y el comisario de
policía Renault.
De
nuevo, el genial finlandés aborda el entorno de la
sociedad de consumo, esta vez desde el punto de vista de la
inmigración ilegal (adelantándose unos años a este tema punzante,
sobre todo en este 2015) y abriendo el plano a otra temática sin
abandonar el estilo que muy bien ha resumido el propio director en
tres palabras:
“Concisión,
sobriedad, laconismo”.
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